torsdag, oktober 27, 2005

Día de muertos en la Ciudad de México

Soy de la Ciudad de México (chilanguillo de corazón), en donde la neurosis urbana se vive en cada centímentro, en cada minuto. Los días se pasan entre embotellamientos, choques, la fecha límite en la chamba, el humo, la gente. Cuando se llega a la casa, prendes la caja tonta y te desconectas... Llega el fin de semana, sales a echar una copita y, otra vez, te desconectas. Hay tantos señales, tanto "input" que lo que lo que quieres es ya no tener que pensar, ya no tener que lidiar con algo más. Pero de repente hay cosas que te cambian el día. Hay ciertas ocasiones, como Navidad, Semana Santa y el Día de Muertos, cuando algo cambia.
El día de muertos se siente mexicano. Aunque el motivo de que haya permanecido es que es una tradición cristiana, en México se celebra de forma eminentemente pagana; la muerte no es un designio divino, es una entidad sensible, que entiende del dolor y los deseos personales, algo que claramente entiende un buen "chinga tu madre" de corazón. Durante ese día los muertos participan de nuestras vidas, comen y beben con nosotros, se vale emborracharse con el compadre que se murió hace unos años y cantarle a la abuelita el bolero que tanto le gustaba. Recordamos a los que ya no están, no solemnes y cabizbajos, sino con ese dolor hispanoamericano que es una llaga viva, con ese mismo saborcito de las rancheras que le cantan al desamor. Las ofrendas, tradición que afortunadamente se conserva, es un espejo de nuestra cultura; es la contradicción de siempre, ahora en forma de algo a lo que le tememos, pero que de cualquier manera invitamos a nuestras casas, la muy mexicana afrenta alzando la barbilla del "le tengo miedo, pero chinchin si se lo demuestro, faltaba menos...."
En ese día la Ciudad de México (en especial el Zócalo) es de los mexicanos. Ese día le robamos los habitantes a la urbe de concreto y acero. Durante ese día la gente vive en un México atemporal e irreverente de espacios: nos apretujamos viendo todas las ofrendas; comemos todos pan de muertos, calaveritas de azucar; sentimos realmente el dolor y la cercanía de la mujer de robozo que le llora a sus muertos chiquitos; nos ofrecemos un poquito de tequila, mezcal, alipuz o de jodida del Bacardi que nos sobró del obligado vaso "pa'l que tiene sed y ya no bebe". Ese día reconozco en los demás a esa parte de mí que se sabe mexicano. Sé que la persona de al lado entiende a la muerte de la misma manera que yo, con esa mezcla de fascinación, estoicismo, dolor y confrontación; ese día le decimos a la muerte "vas a venir un día por mi, pero hoy, HOY yo te robo a los que me robaste tú, hoy me siento vivo y felíz y por muy muerte que seas no puedes hacer nada al respecto. A'í nomás pa' que la veas".
Salud,
Ricardo

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