måndag, oktober 10, 2005

¿QUIENES SON LOS DE ABAJO?


¿QUIENES SON LOS DE ABAJO?
por Mario Hernández extraido de la revista Zenzontle


La literatura mexicana tiene sus clásicos, algunos son lecturas básicas, otros sólo son hojeados por especialistas. Mariano Azuela es uno de esoso escritores clásicos que entre otras novelas de la revolución, escribió "los de abajo". Como todo buen libro tiene universalidad y atemporalidad, es decir se puede leer cuando sea, por jóvenes y por viejos. En el caso de Los de Abajo , hay además otro elemento, que es haberse convertido en una lectura moderna y actual aunque fue escrito hace ya más de 6 décadas. Aqui les presento una prueba de este emocionante e ilustrativo librito, facil de leer y que se puede conseguir en cualquier biblioteca que tenga lo miníno en libros mexicanos . Se los recomiendo!

Entre las malezas de la sierra durmieron los veinticinco hombres de Demetrio Macías, hasta que la señal del cuerno los hizo despertar. Pancracio la daba de lo alto de un risco de la montaña.
-!Hora sí, muchachos, pónganse changos!- dijo Anastasio Montañes, recorriendo los muelles de su rifle.
Pero transcurrió una hora sin que se oyera más que el canto de las cigarras en el herbazal y el croar de las ranas en los baches.
Cuando los albores de la luna se esfumaron en la faja débilmente roseda de la aurora, se destacó la primera silueta de un soldado en el filo más alto de la vereda. Y tras él aparecieron otros, y otros diez, y otros cien; pero todos en breve se perdían en las sombras. Asomaron los fulgores del sol, y hasta entonces pudo verse el despeñadero cubierto de gente: hombres diminutos en caballos de minuatura.
-!Mírenlos qué bonitos!- exclamó Pancracio-!Anden, muchachos, vamos a jugar con ellos!
Aquellas figuritas movedizas, ora se perdían en la espesura del chaparral, ora negreaban más abajo sobre el ocre de las peñas.
Distintamente se oían las voces de jefes y soldados.
Demetrio hizo una señal; crujieron los muelles y los resortes de los fusiles.
-!Hora!- ordenó con voz apagada.
Ventiún hombres dispararon a un tiempo, y otros tantos federales cayeron de sus caballos. Los demás, sorprendidos, permanecían inmóviles, como bajorrelieves de las peñas.
Una nueva descarga, y otros ventiún hombres rodaron de roca en roca, con el cráneo abierto.
-!Salgan, bandidos!...!Muertos de hambre!
-!Mueran ladrones nixtamaleros!...
-!Mueran los comevacas!...
Los federales gritaban a los enemigos, que, ocultos, quietos y callados, se contentaban con seguir haciendo gala de su puntería que ya los había hecho famosos.
De montaña a montaña los gritos se oían tan claros como de una acera a la de enfrente.
Uno, llamado La Codorniz, surgió de improviso, en cueros, con los calzones tendidos en actitud de torear a los federales. Entonces comenzó la lluvia de proyectiles sobre la gente de Demetrio.
-!Huy! !Huy! Parece que me echaron un panal de moscos en la cabeza- dijo Anastsio Montañes, ya tendido entre las rocas y sin atraverse a levantar los ojos.
-!Codorniz, jijo de un...! !Hora adonde les dije!- rugió Demetrio.
Y, arrastrándose, tomaron nuevas posiciones.
Los federales comenzaron a gritar su triunfo y hacían cesar el fuego, cuando una nueva granizada de balas los desconcertó.
-!Ya llegaron más!- clamaban los soldados.
Y presa de pánico, muchos volvieron grupas resueltamente, otros abandonaron las caballerías y se encaramaron, buscando refugio, entre las peñas. Fue preciso que los jefes hicieran fuego sobre los fujitivos para restablecer el orden.
-A los de abajo...A los de abajo- exclamó Demetrio, tendiendo su treinta-treinta hacia el hilo cristalino del río.

Leanlo!!

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